por Mundo Dinero

"Captamos el alma del viento para transformarla en tu energía." Con esa consigna, VentoSus, un proyecto desarrollado por jóvenes de la localidad de Puerto Madryn, en Chubut, se propuso ofrecer electricidad y también calefacción para casas (principalmente de zonas rurales o periféricas) en una región donde los vientos suelen cruzar el aire con fuerza. La iniciativa contempla la fabricación de aerogeneradores de tecnología vertical que, además de ser fuente de energía eléctrica, tienen un sistema que permite calentar el agua y dar calefacción a los hogares, y un mecanismo que envía señales cuando el equipo requiere mantenimiento o cuando la familia usuaria tiene alguna emergencia por factores climáticos (en este último caso, hay una alerta que se envía a Defensa Civil), según explican Federico y Juan Sosa y Facundo Grondona, impulsores del proyecto ya en marcha.
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VentoSus es una de las actividades económicas con impacto social y ambiental que resultaron reconocidas en la edición 2016 de los premios Mayma, que organiza la ONG Contribuir al Desarrollo Local en asociación con la empresa B Emprediem, y que cuenta con el apoyo de varias compañías y de la Universidad de San Andrés.
Mayma (que en guaraní significa "todos, sin excepción") es una iniciativa que impulsa emprendimientos con efectos positivos y que, más allá de dar una ayuda económica y de capacitación a los elegidos por un jurado, actúa como un espacio que genera vínculos y permite expandir los alcances del negocio. En la última edición, VentoSus compartió el primer premio con Biodisa, un emprendimiento marplatense que utiliza la impresión en tres dimensiones para facilitar los diagnósticos y las prácticas de la medicina.
Otra idea que llegó empujada por el viento y sus consecuencias, y que fue finalista del concurso, es la desarrollada por MVQ Bioplásticos de la Patagonia, una empresa que fabrica bolsas con un material que proviene del almidón de maíz y de aceites vegetales, lo cual permite que se biodegraden en 180 días. Biodegradables son los materiales que entran en un proceso natural de descomposición (dada la acción de microorganismos), por el cual son asimilados por el medio ambiente sin causarle daños. Lograr que lo que usamos para las compras termine cumpliendo tal objetivo es la contracara de una postal repetida, que quienes impulsan este negocio dicen querer eliminar: la de decenas de bolsitas bailando al ritmo del viento o enganchadas en lugares varios, provocando daños a la naturaleza durante décadas y décadas.
Según Mariana Vergara Quindimil, socia de la iniciativa, estas bolsas se transforman de residuo orgánico a compost (fertilizante) que puede comercializarse. El negocio requiere por ahora la importación de materia prima, ya que se necesita mayor escala para la producción local. MVQ surgió en Rada Tilly, en Chubut, una provincia que tiene una ley que prohibe el uso del polietileno y llama a la adhesión de los municipios.
En un caso, para aprovechar su energía interminable; en el otro, para evitar que su fuerza amplifique daños. El viento es protagonista de dos negocios de quienes se proponen generar ingresos monetarios y, a la vez, ganancias para el planeta.
Fuentes: La Nación
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